andalus_ 5 ABRIL
Crónicas y reportajes
A las 7, no era una mala hora para salir, que a quien madruga, Diana le ayuda. Y no, aunque seguro no nos hubiera importado a ninguno de nosotros, no era Macondo el lugar al que nos dirigíamos esa fresca mañana del 5 abril, sino a Puerto Moral. Nuestro cometido: zafarrancho sobre la casa y el almacén ya que la verdad, existía algo más que hojarasca que quitar en su interior.
Pero el equipo era de bandera, Antonios al cuadrado, Fran, Alberto, Ricardo, Miguel Ángel, Jesús y un servidor, para servir a Puerto Moral y a usted. Y el desayuno, glorioso, nos pertrechábamos para la empresa. Tras recoger a ese enciclopedia bípeda que es nuestro querido amigo Antonio, nos dispusimos a subir a Puerto Moral con los todoterrenos, !uf! Cuánto hacía que no veía el paraje, estaba precioso, no estaba en el otoño del patriarca ni en el veranillo de San Martín, sino en una espléndida primavera recién despertada. Inmediatamente después, lograda la meta, Fran y "el presi" asumieron las labores de coordinación del resto del equipo para ser eficaces y eficientes en las tareas y con el tiempo, respectivamente.
No fue exactamente como en la canción del Serrat, ya que nadie encendió el sol, ni tiñó el mar, ni amasó los montes ni dibujó el trigo y la flor, pero por el contrario si que el equipo A, compuesto por los Antonios, Alberto, Jesús y yo pusimos literalmente "patas arriba" el almacén, todo fuera, y dos o tres horas después, tras una depuración, todo lo útil dentro en perfecto estado de ordenación: aperos, nidos, soportes, pinturas, leña etc. Al mismo tiempo, el equipo B, básicamente compuesto por Ricardo y Fran dedicaban sus esfuerzos a la organización de la casa, a los arreglos de desperfectos y a pintar. Por último nuestro hombre ubicuo, Miguel Ángel, formaba parte de los dos, lo veías introduciendo leña en el almacén, y luego ayudando a Fran en la casa. En realidad no es el don, es la energía que le dan unas galletas que son un manjar de los dioses y con las cuales nos puso a todos los que la probamos a sus pies. Una vez que el almacén quedó en perfecto estado de revista nos unimos al equipo B que trabajaba de forma denodada en la casa.
Y por fin, la hora del recreo, todavía me acuerdo de las aceitunas y la tortilla de Fran, ¡rico, rico! La comida la realizamos al aire libre, como debe ser, y entre platos, risas y alusiones a los cantos de los pájaros, llegó la vuelta al trabajo. En la segunda parte dignos son de resaltar aquí los esfuerzos del dúo Alberto-Ricardo blanqueando todas las habitaciones y la "batalla" de Antonio con los útiles de cocina, ¡vaya fregado! El resto siguió colocando cosas en su sitio y ayudando en todo aquello que hacía falta. En suma, a las 18:30, unas 8 horas de sudores después y tras la visita de los apicultores, concluimos el trabajo y nos tomamos, ya abajo, y tras haber visto una corza y un meloncillo, el último tentempié colectivo. Un placer de día, si señor. Perdonad por el estilo, pero a veces, tengo esta bendita manía de contar las cosas. La experiencia fue maravillosa, gracias a todos, realmente hay que vivir-la para contarla. Ya os estoy echando de menos Puerto Moral, Gabriel, y aunque solo hace unos días, me parece que sin vuestra presencia, llevo 100 años de soledad.